sábado, 3 de mayo de 2014

Esa vida. (Relato Corto)

Nunca se pudo imaginar que la vida fuera tan larga y al mismo tiempo tan corta,
como si estuviéramos hablando de magia, supongo que esa es nuestra percepción al fin y al cabo,
un montón de cosas salidas casi de brujería, porque nunca nos las creemos del todo, pero,
cuando llegas a la edad de ella, comprendes y aceptas el milagro.
Su pelo corto era gris, de este gris rubio que hace honor al color del papel viejo,
al whisky, al acero oxidado, porque eso era ella, una vieja historia, una resaca que duraba
décadas ya, y que seguía ahí, perdiendo sus virtudes y al mismo tiempo sus infiernos.

Había sido una mujer bien puesta, con un cabrón como marido, que gracias a Dios que
se lo llevó pronto y viuda desde los 30, ya que le tocó por suerte que él era mayor.
Se casaron corriendo, de la misma manera él no tardó en levantarle la mano y con esa rapidez,
que a ella le parecieron siglos, las suplicas de ésta para que ese mal nacido la dejara en paz,
funcionaron y murió. Ese día compró la mejor comida del mercado y a la noche, en la intimidad
del salón oscuro, se zampó la mejor cena que había probado jamás, sola, claro, porque el desarmado
aquel ni capaz fue de crear descendencia, cosa que se le achacó a ella.

Ahora recordaba con cariño aquel tiempo, en el que se atrevió a ser feliz, a dejarse llevar y a vivir 
unas épocas de desenfreno que le desempolvó de golpe y plumazo años de tradición.
Se enamoró por primera vez de verdad, rió, bebió, conoció y exploró, por ese tiempo conoció
los movimientos sociales y se empezó a destapar un mundo ante ella que antes ignoraba.
Vivió en Argentina, en Perú, viajó por selvas vírgenes, conoció la naturaleza y la suya propia, su cuerpo.
Estudió y se tragó la cuarta parte de su vida que había perdido en tan solo unos años,
el resto le sirvieron para disfrutar de las experiencias.

Ahora estaba ahí, sentada en su sofá, sola, con un vaso de ginebra en la mano, recordando su nacimiento,
aquel día en el que Dios le concedió un milagro. Y con los ojos chiquititos y cansados le daba gracias a la vida,
hasta terminar de cerrarlos y su vaso cayera al suelo, rápido, pero a la vez lento, cómo su vida.

No hay comentarios: