miércoles, 21 de mayo de 2014

Finales

Puedes empezar un poema con la palabra "supongo"
o empezar una relación con la palabra "podría"
Pero como en los poemas
y en las relaciones
los finales
son bombas.
Nunca hay sitio para un "quizás"
pero sí miles de huecos para explotar.

sábado, 3 de mayo de 2014

El arte de hacer lo imposible.

Esa madrugada se dijo que cualquier cosa podía ser posible, podría transformar los golpes de esa batería en su pecho, en el latido de su corazón, en el centro de su vida.
Se dijo que podía ser un pájaro, impulsado por el viento que soplaba él a través de su armónica, que podría mirarlo a los ojos y entrar dentro, muy dentro. Arquear su espalda hasta tal punto de partirse para convertirse en otra cosa. Y lo logró, se llenó de veneno y lo escupió, tragando una gran cantidad antes, se le tornó la cara, se le dio la vuelta a la cabeza y ahora andaba al revés, sin parar de mirarlo.
Sus manos eran culebras que no paraban de pasar la una al lado de la otra para retarse, era como una batalla que no acababa, las uñas arrastraban todo a su paso, dejando el camino marcado para volver a equivocarse. Se perdieron cantidades impresionantes de tiempo, entre una o dos curvas, y algunas que otras rectas. Entraron en cuevas oscuras y se lavaron el pelo en sudor, sin miedo ninguno. La vergüenza quedó como una puta cualquiera a la que nadie quiere, apartada en una esquina de algo parecido a una habitación. El éxito era llenarse, hasta reventar. Moderse como lobos y dejar la carne viva, para reírse de la muerte. Ahorcarse a base de retos, y miradas que retan. Dos barrigas muy lejos de parecer torpes al ritmo del mar. Un ombligo curioso que quiere conocer al otro. La música abrazaba los cuerpos, pero también el momento, juntos en un cosmos, en un mundo que ya no era para nada físico. Las mentes para ese punto ya habían perdido todo sentido, toda noción, habían pasado meses en en ese instante, incluso años, su barba ya era enorme y lo cubría todo en algo que prometía no haber final. Se hicieron daño, ¿pero que es lo sobrenatural de la vida sin daño? ¿qué le da sentido a la felicidad?. El lecho se abría para dejarlos caer en un estallido de un montón de historias que ahora se resumían a esa. El pasado y el futuro danzaron juntos por mucho tiempo. Jugaron a la vida, y nunca quedo claro si ganaron o perdieron, porque ese no era el fin, no había un ganador, no había una competición, todo fluía de manera que las reglas humanas quedaban reducidas a una simple broma macabra que era imposible de seguir.
Se reían así con la boca abierta y el culo al descubierto de Dios. 
Nunca se preguntaron como habían coincidido en el camino, ni que los llevo a retar lo imposible, pero ahí estaban.
Con cuerpos convertidos en baterías, en armónicas, y en pájaros que solo querían volar.
Veneno en la sangre.
Culebras que se querían matar.
Lobos.
Sangre y sudor.
Cualquier cosa podía ser posible. Y lo consiguió.

Dos dedos de frente.

Tengo dos dedos en la frente quemándome
y la suficiente soberbia
para saber lo que sé,
para comprender lo que comprendo.
Personalidades abstractas,
preparadas,
para transmitir lo que les venga en gana
a cada momento,
en una realidad que dura 6 horas,
que solo huelen a alcohol y sexo,
y la lealtad se creyó ociosamente
una cualidad de cualquiera.

- Así no te extrañe que estemos contra las cuerdas – Le dijo.
- Contra las cuerdas ya estábamos, ahora nos las ponemos al cuello – Contestó sin miramientos.

Esa vida. (Relato Corto)

Nunca se pudo imaginar que la vida fuera tan larga y al mismo tiempo tan corta,
como si estuviéramos hablando de magia, supongo que esa es nuestra percepción al fin y al cabo,
un montón de cosas salidas casi de brujería, porque nunca nos las creemos del todo, pero,
cuando llegas a la edad de ella, comprendes y aceptas el milagro.
Su pelo corto era gris, de este gris rubio que hace honor al color del papel viejo,
al whisky, al acero oxidado, porque eso era ella, una vieja historia, una resaca que duraba
décadas ya, y que seguía ahí, perdiendo sus virtudes y al mismo tiempo sus infiernos.

Había sido una mujer bien puesta, con un cabrón como marido, que gracias a Dios que
se lo llevó pronto y viuda desde los 30, ya que le tocó por suerte que él era mayor.
Se casaron corriendo, de la misma manera él no tardó en levantarle la mano y con esa rapidez,
que a ella le parecieron siglos, las suplicas de ésta para que ese mal nacido la dejara en paz,
funcionaron y murió. Ese día compró la mejor comida del mercado y a la noche, en la intimidad
del salón oscuro, se zampó la mejor cena que había probado jamás, sola, claro, porque el desarmado
aquel ni capaz fue de crear descendencia, cosa que se le achacó a ella.

Ahora recordaba con cariño aquel tiempo, en el que se atrevió a ser feliz, a dejarse llevar y a vivir 
unas épocas de desenfreno que le desempolvó de golpe y plumazo años de tradición.
Se enamoró por primera vez de verdad, rió, bebió, conoció y exploró, por ese tiempo conoció
los movimientos sociales y se empezó a destapar un mundo ante ella que antes ignoraba.
Vivió en Argentina, en Perú, viajó por selvas vírgenes, conoció la naturaleza y la suya propia, su cuerpo.
Estudió y se tragó la cuarta parte de su vida que había perdido en tan solo unos años,
el resto le sirvieron para disfrutar de las experiencias.

Ahora estaba ahí, sentada en su sofá, sola, con un vaso de ginebra en la mano, recordando su nacimiento,
aquel día en el que Dios le concedió un milagro. Y con los ojos chiquititos y cansados le daba gracias a la vida,
hasta terminar de cerrarlos y su vaso cayera al suelo, rápido, pero a la vez lento, cómo su vida.